miércoles, octubre 17, 2007

El hombre de CroMagnon

Saben, cuando estudiaba… ¡Vale! Todavía estoy estudiando. Pero me refiero a antes de estudiar cosas que no me importan un carajo y que me mantienen año tras año en una gris institución. Bien, cuando estudiaba más felices conocimientos un profesor de historia, a modo de anécdota, nos contó que en la era del CroMagnon hubo un tipo de homínido asocial. Algo así como un hombre-lobo-solitario, aunque los lobos son, de hecho, animales sociales. Al igual que otras muchas ramas de grandes simios esta se extinguió. Presumiblemente porque al ser menos sociables que los demás no tenían los beneficios de una estructura de grupo. No se siquiera si es verdad que existió -por lo general acepto los conocimientos de primaria y secundaria como dogmas de fe-, pero el caso es que siempre me cayó bien. Ese hombre que no tiene afecto por sus semejantes, que los extraña, agobiado entre multitudes, posesivo y territorial. Un tipo que estaba irremediablemente condenado por el destino evolutivo, incapaz de aprovechar los recursos con la eficiencia de otros homínidos y, sin embargo, más orgulloso que ninguno de ellos.

Lo imagino agonizante, huraño y tozudo, mientras su legado se perdía más por su propia mano que por la de los demás. Como si de una compañía nipona de recreativas y hardware doméstico desfasado se tratase. Y sí, si me gusta es porque se parece a un servidor. Me identifico inmediatamente con el malvado de las historias porque éste rechaza la sociedad y suele querer imponer una más cabal visión del mundo a los demás.

No me gusta jugar online ¿de acuerdo? El mundo se compone por una gran mayoría de borregos iletrados y una minoría de seres medianamente conscientes que no se pondría de acuerdo ni en el olor de la mierda ¿Quién quiere unirse a ese grupo? ¿De verdad esperan que me ponga triste porque tal o cual juego no llevará modo online? ¿Qué me importa la calidad del servicio que me permite escuchar los rebuznos de adolescentes jugando a ser el macho alfa? Cada vez que me entero que van a incluir modo multijugador en algo que me interesa rezo porque el modo un jugador no salga demasiado mal parado. Pero los borregos son los borregos y, excepto aquellos que compran giroscopios a mansalva, el mercado demanda juego conjunto y a distancia.

Antes de la llegada de los servicios para consolas la cosa estaba mal. Comprarse el Battlefield 2 para hacer hermosos vuelos rasantes con tu helicóptero, y estrellarte porque tu copiloto tiene lag es un precio que pagabas resignado ya que sabías que las cosas estaban así desde siempre. Pero la desaparición de los tirones no cambia en nada la esencia que pervierte el juego a escala global: siempre hay alguien que tiene más tiempo libre y/o interés que tú. Esa gente abusa de sistemas de juego pensados por chimpancés borrachos y abren dos agujeros en la jugabilidad por cada uno que tapan los periódicos parches. El resultado es que en los modos online los jugadores medianamente experimentados -e independientemente del género del juego- se comportan siempre igual. Todos con rifle francotirador, todos con coche de rally, todos por los mismos pasillos, las mismas rutas, buscando los mismos ítems todos a la vez, en el mismo sitio y esperando a que estos aparezcan en caso de que no estén. Si no entras en su monótono juego puedes estar seguro de que perderás hasta el aburrimiento, y si les sigues el juego la cosa es bastante peor: frente a la variedad del modo principal, el multijugador te ofrece monotonía disfrazada con la quimera de una partida diferente cada vez. Obligado además a entrar en el nuevo nivel del Infierno, los grupos. Internet no se contenta con que te unas al resto de la humanidad, ahora para ser eficiente o tener al menos una posibilidad has de coordinar esfuerzos con otros, ya que los del bando contrario andan ya sacando provecho a la estructura de grupo que tan bien funciona para los homínidos. Frente a la gloria de tu hazaña en solitario, conectado a Internet encuentras la humillación colectiva y la puñalada trapera negando la esencia primigenia de lo que solía ser un videojuego. Desde el principio -y salvando el pong: terrible es, sin duda, que el primer juego fuese de tenis y contra otro contrincante- los juegos han pretendido ponerte en el papel de héroe que -con más o menos dificultad- conseguía detener un interminable número de naves en una invasión galáctica. Eras el que rescata la princesa, resuelve el enigma y salva el mundo. Ahora eres sólo una pieza más de un sistema, que ni siquiera puede calificarse de realista, pero que aún así volatiliza rítmicamente tu avatar. Todo esto es ya de por sí suficientemente deprimente sin entrar a valorar la verborrea que se vierte por los auriculares: quizás eso requiera su propio y más extenso estudio.

Y sin embargo el modo un jugador es una bestia moribunda. El jugador tradicional está condenado por el avance de la industria, incapaz de ver la gracia de los recursos que otros tanto aprecian y que él, orgulloso, rechaza en pro del individualismo. Ahora, agonizantes, huraños y tozudos contemplamos como el legado se va perdiendo juego a juego.

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